Publicado originalmente en: El Fanzine #32
Así, no esperen que cante lo que no puedo cantar. No tuve la mesa puesta, ni sábanas de hilo, ni me decían “ven, que yo te quiero”. De modo que ni el mundo me quiso ni yo quise al mundo. [...] pero jamás he odiado a nadie porque el odio acaba consumiendo la sangre...”
Chavela Vargas
Isabel Vargas Lizano declaró muy temprano la guerra a la vida. O tal vez fue la vida quien declaró la guerra muy pronto a una niña cuyos problemas fueron más allá del constante desprecio paterno y materno del que fue objeto. Apenas recién nacida, sus ojos sufrieron con una extraña infección y sus extremidades apenas resistieron los estragos de la poliomelitis. Así es como Isabel comenzó la batalla.
El temprano descubrimiento de su homosexualidad y las subsecuentes complicaciones para su desenvolvimiento personal en Costa Rica la llevaron a orquestar una retirada táctica, menos de 14 años después de haber nacido
en esa tierra.
La explosión cultural y artística que ocurría México la atrajo como nada en el mundo. Así, un pequeño cuarto en la Colonia Condesa fue el lugar donde trazó las primeras estrategias para la nueva incursión en el campo enemigo. Aquí compartió tardes con los más influyentes bohemios e intelectuales de la época, Frida Kahlo y Diego Rivera (con quienes vivió un verano), Agustín Lara, Juan Rulfo, André Breton, por mencionar algunos, fueron sus mentores y amigos.
Con el poeta cubano Nicolás Guillén reescribió una vieja canción cubana a partir del atrevido verso: Pónme la mano aquí, Macorina. Encontró así el discurso que definió el resto de su carrera, uno que transgrede al paradigma mediante el uso de aquellas letras reservadas a las voces masculinas y que cantaban directamente a un objeto del deseo femenino.
Conocí el arte de labios de los pintores, del alma de los pintores. No estoy segura de cómo describirlo… el alma de Diego, el alma de Frida. Era como una revelación, como si colocasen una luz en mi pecho. Fui feliz. Fui feliz un verano.
Apenas iniciaban los vertiginosos años 60 y apareció la primera de sus grabaciones, conoció el mundo, conversó con altos mandos políticos y vivó tórridos romances. Muy pronto se vió envuelta en una vorágine de éxitos que se entrelazaban con escándalos de todo tipo.
Alejada de todo aquello que definía al arquetipo de mujer latinoamericana en la época, escandalizó con su insólita estética de masculinos pantalones, tequila, cigarro y pistolas. Fué objeto del escarnio público tras las legendarias -e ilegales- cabalgatas pistola en mano con José Alfredo Jimenez y Jorge Negrete sobre la Avenida de los Insurgentes, estrelló en carretera el primer Jaguar E Type que transitó las calles de México, y hasta se dió tiempo de sacudir al sistema –ya entrada la década de los 70– con secretas borracheras bohemias con Luis Echeverría al mando de la casa presidencial.
Alguna vez se le acusó de haber asesinado a un hombre a balazos y de haber obligado a una mujer amarla a punta de pistola; también fue echada de un pueblo por cometer el grave delito de ser ella –usar pantalones en público– y se le tachó de lasciva por incendiar el deseo de algunas asistentes a sus recitales cuyos cuerpos revivían sueños secretos al enfrentarse a la mirada de Chavela mientras interpretaba.
Yo he ganado dinero pa' comprarme un mundo más bonito que el nuestro.
Pero todo lo aviento, porque quiero morirme como muere mi pueblo.
- José Alfredo Jimenez
Su fama la hizo mexicana de corazón, su voz trascendió fronteras sociales y geográficas. Subterraneas grabaciones hicieron eco en la juventud que ya daba los primero pasos intelectuales de manifestación en contra del Franquismo, sus interpretaciones alimentaron el corazón de cientos de guerrilleros atrincherados en las violentas colinas centroamericanas.
Pero algo pasaba inadvertido. La fuerza de voluntad de la cantante se vió vulnerada tras la prolongada lucha que libró contra sus eternas soledad y tristeza empapadas de alcohol. Perdió dinero, salud y fama. Ella y su vicio se refugiaron en un pueblo alejado de la ciudad que la adoptó. En adelante se entregó al olvido y dedicó su vida a fulminar el irreparable paso del tiempo, un trago de tequila a la vez.
Los escenarios se convirtieron en banquetas, los reflectores en pobre iluminación municipal y la voz en una garraspera que inundaba las calles que recorría, irreconocible y desorientada. Y fue tanto el tiempo que le dedicó a olvidarse que provocó que la gente la olvidara.
Durante más de diez años Chavela dejó de existir, pero la muerte en vida no le sentó bien a su caracter guerrero. Asomaba el rostro la última década del siglo y entendió que si bien entre ella y el mundo nunca hubo amor, tampoco nunca hubo odio. Supo que esa era la oportunidad de terminar con la declaración de guerra con la que inició su vida.
Gracias por estar todavía aquí, porque... ¿Qué amante espera veinte años?
- Al público sevillano, 1992
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Así fue como el cineasta español Pedro Almodovar, representante de aquella oleada de jóvenes homosexuales fanáticos de Chavela Vargas que durante los 80 mantuvieron el culto a sus canciones, terminó por aportarle el empuje necesario para un segundo aire. Entró en contacto con ella después de enterarse de su regreso como interprete sobre el escenario de un tugurio de Coyoacán y le pidió que grabara una canción para la cinta Tacones Lejanos (1991).
Siguió
una legendaria presentación en el Teatro Lope de Vega de Sevilla (octubre 1992) que la colocó nuevamente en el mapa sonoro mundial. La arrancó del olvido al que ella misma se había sometido. Siguió una emotiva gira por escenarios españoles y franceses. Homenajes y reconocimientos en decenas de paises la reposicionaron como uno de los pilares de la primer avanzada de mujeres modernas latinoamericanas. Presentó, entre muchas otras, emotivas tandas de interpretaciones en el Teatro Nacional de San José de Costa Rica, el Carnegie Hall de Nueva York y el Palacio de Bellas Artes de la ciudad de México.
Fue así como su país adoptivo volvió a emborracharse con la nueva sobriedad de aquella que se atrevió a usar pantalones. Fue así como pocos se atrevieron a renegar del amor que sentían por aquella que amaba sólo a mujeres. Fue así como ella, Chavela Vargas – aquella que nació en medio de una batalla con la vida hace más de 90 años –, encontró la paz que la mantiene viva.
Me
daría mucho gusto que me recordaran como un ser humano que ama la vida, que ama las cosas; así me encantaría que me recordaran, como un ser humano. Punto, no pido nada más
Chavela Vargas, junio 2011