La otredad es un sentimiento de rareza con el entorno. Un sentimiento que invariablemente embarga a una persona porque, en un momento o en otro, vamos a adquirir conciencia de nuestro papel: de nuestro lugar en el universo.
No se si sea autodefensa del ser o sometimiento indulgente, pero la otredad va de la mano con el dolor (con sentirte real). Aceptar mi individualidad me provoca conflictos, me pone extraño, me duele.
Y es que otredad es abrir los ojos y darte cuenta que estas separado de todo, incluso de lo que tienes mas cerca. Que hay cosas que estan mucho más lejos de tu alcance de lo que esperabas, que tú imaginación y tú percepción son tan tuyas y tan únicas como la piel que guarda tus entrañas.
Las palabras y su innegable e inseparable otredad me ponen el universo de cabeza. Mi personalidad, esa no la puedo cambiar. Mis conceptos han crecido tanto como largo sería mi cabello de no haberlo cortado nunca, están ya más arraigados que los arboles del bosque.
La otredad es la incertidumbre constante, es despertar inquieto, es dormir inquieto es soñar inquieto, pensar en lo peor, siempre en lo peor y preocuparme, angustiarme. Es intuir o saber o sentir o creer, que a lo lejos algo pasa y no saber qué es.
La otredad, para mí, es estar consciente de que en verdad tengo un respetable y entendible miedo.
Esa otredad que se siente cuando se está frente a un camino tan ansiadamente esperado, tan inevitablemente largo, tan angustiantemente estrecho y tan indudablemente hermoso; tanto que las piernas y las manos se me quiebran.
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