(original publicado en PorkBrains No. 6 Cuerpo descarga: bit.ly/PorkBrains6)
"Yo no soy mi cuerpo; soy más. Yo no soy mi habla, mis órganos, el oído, el olfato; eso no soy yo. La mente que piensa, tampoco soy yo. Si nada de eso soy, entonces, ¿quién soy? La conciencia que permanece, eso soy"
Ramana Maharshi
No puedo evitar sentir que mi cuerpo y yo estamos distanciados irrevocablemente. Algo que no deja lugar a dudas es que la realidad en mi exterior es exponencialmente distinta a la realidad que hay en mi pensamiento. Siempre lejanas, siempre acompañándose.
El alma es completamente consciente pero no es un cuerpo, no ocupa ningún lugar en el espacio y no la puedo dividir en partes más pequeñas, por más que la haya ido desperdigando desde que nací. Mi cuerpo, por el contrario, únicamente es palpable, ocupa la parte más importante de mi espacio y siempre podría dividirlo en partes más pequeñas, pero no tiene consciencia. Mi alma existe por mi cuerpo. Mi cuerpo vive a través de mi alma.
Para los budistas, como para otras doctrinas, también es clara la separación. Y si ellos tienen razón, la vida que estoy viviendo en estos momentos no es mi única vida, supongo entonces que habré ya pasado por un sinnúmero de vidas. Luego llego a la fácil conclusión de que la conciencia en mi interior -el ser o el alma, ustedes deciden como llamarlo- no tiene principio ni final.
Mi cuerpo cambia pero por más que lo intento no puedo dejar de ser el mismo. Yo y mi cuerpo somos diferentes -angustiante idea-. Yo no soy mi cuerpo. Solo soy yo esperando a la modificación definitiva de la materia, la muerte, que vista desde esta perspectiva tampoco es definitiva, sólo es una nueva transición; el cambio.
La meta, al menos el ideal, sería que mi razón tomara el control. Ya que sin importar que las entrañas me estén matando, al sumar los ángulos de un triángulo siempre obtendré el mismo resultado: 180º.
Y no hago otra cosa más que comprobar una de esas verdades que muchos prefieren no conocer; el pensamiento se eleva siempre muy por encima de las necesidades de mi cuerpo, nuestro cuerpo, permitiéndonos siempre actuar “razonablemente” -nótese que esto funciona en la actualidad practicamente sólo a nivel teórico aunque a Descartes no le parezca- y mis piernas se van a ir haciendo cada vez más viejas, mi cabello va a seguir cayendo, mi memoria irá fallando cada vez más.
Pero la suma 2 + 2 no dejará de resultar 4 (a menos que pierda la razón) pues la razón no se avejenta, la razón es permanente, aunque me guste negarlo.
En alguna de mis búsquedas adolescentes, cuando apenas tienes idea del rumbo que el resto de tu vida tomará, me acerqué a algunos libros esperando encontrar respuestas. Entre las citas que alcanzo a recordar de manera no textual recuerdo una del Bhagavad-gita que decía más o menos así: “Para un alma, no hay tal como nacimiento ni fallecimiento. Y tampoco ya que ha existido puede dejar de existir. El alma es eterna e innaciente, es inmortal. Cuando se mata a un cuerpo, ella es intocable”.
Me gustaría lograr el equilibrio, que mi alma entendiera lo que siente mi cuerpo, que mi cuerpo sintiera lo que mi alma percibe.
¿Están realmente separados mi cuerpo y mi alma? Es una pregunta ociosa, ya lo sé.
Tan ociosa que ha ocupado los pensamientos y dogmas de todas las doctrinas desde tiempos antiguos. Tan ociosa que me ha aparecido en el pensamiento a lo largo de mi -ya no tan- corta vida; el día en que se rompió mi corazón, la primer noche con el sistema alterado por una droga sintética, los días cuando algunos murieron, el primer sueño que se hizo realidad.
Al final, como siempre, me quedaré sentado, viendo mi cuerpo vivir degradándose y celebrando la posibilidad de que mi alma pueda permanecer en el mundo (ó en alguien). Siempre separados. Con el cuerpo sufriendo de un insomnio que parece irremediable y un alma que ya no se atreve a soñar tan fácilmente.
Y ustedes acaban de leer palabras que no lo son, escritas por alguien que aún no es. No hasta que terminen de leer y yo me convierta en consciencia -o inconsciencia- permanente. Es hasta ese momento que empiezo a existir. El mismo momento en que las preguntas ociosas ya no tendrán sentido; en el que será mejor pensar en lo que voy a hacer para cambiar las cosas, seguir tomando mi bebida roja y por fin dejar de morderme las uñas.
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