Gritar

Porque, después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al futbol.
Albert Camus


No es sólo estar sentado frente a la caja idiota, tampoco es sólo desconectarse del mundo exterior, de los problemas políticos, de la podredumbre social. Tampoco es sólo gritar y regresar a lo básico.

Va mucho más allá.

Es pasión real y nerviosismo incontrolable. Es saber que justo cuando el balón comienza a rodar, en tu cerebro comienzan a conectarse miles de emociones pasadas, historias de fracaso y éxito; también llegan a ti cientos de ideas a futuro, momentos inmediatos o anhelos a largo plazo.

Es presenciar en tiempo real la creación de nuevos ídolos y referentes de la cultura popular, situarte en tiempo-espacio frente y contra la historia del hombre moderno. Disfrutar de 90 minutos de taquicardia, sufrir 90 minutos de emociones, es pulso errante, lágrimas y una extraña sensación que te recorre cada poro, en cada jugada.

La catarsis que llega con el gol es similar a un orgasmo incontrolable que te catapulta de tu asiento, te acelera el sistema y te provoca un peculiar síndrome de abstinencia.

Porque siempre quieres más... quieres ver el momento en que alguien hace arte mientras se divierte, quieres disfrutar de fenómenos cuyas habilidades no solo contienen las ilusiones de todo un pueblo expectante, sino que también proveen una extraña conexión persona a persona, su remate es tu esfuerzo... su felicidad es una victoria más a tu lista... su derrota se clava en tu corazón.

Es una experiencia integral, una experiencia que no tiene fin. -copiando este concepto de uno de mis filósofos favoritos, Umberto Eco-

¿Por qué no tiene fin? Porque aunque se llegue a la finalidad única, el gol, la bola sigue rodando y 22 jugadores siguen corriendo en el rectángulo de césped. Sin importar si se pierden y ganan partidos, sin importar si se obtienen campeonatos.

Aunque es un hecho que la historia, el capítulo, termina con el pitazo del hombre de negro; a veces parece que un pase mal entregado, un desafortunado autogol, un disparo que un villano defensa rival saca sobre la línea de cal o un tiro que pega directo en el travesaño, pueden provocar que el tiempo se haga eterno. Pero en realidad, el correr del reloj no se detiene nunca ante el autoritario pero infinito espacio de una cancha de futbol.

Es una pasión creada por y para los insatisfechos, una neurosis personal y colectiva que no permite opiniones indiferentes.

Me viene a la mente que todo aquello que normalmente nos gusta llamar "cosas del futbol" son en realidad un reflejo de todos los imponderables (físicos, sociales, atmosféricos, etc.) de la raza humana. Los fanáticos tenemos en el esférico a nuestra oración, en el jugador a nuestro ídolo pagano, en el estadio a nuestro templo sagrado y en el grito de gol vive nuestra experiencia religiosa.

No soy (tan) tonto, sé bien que al intentar explicar el fútbol, no puedo desvincularlo de todas sus condicionantes económicas, de toda la estructura televisiva y política que lo enmierda cada vez más. Pero pensar de más en eso solo le pondría pesimismo a algo puro, algo que sale del corazón (energía que se dispara en ambas direcciones).

Sin duda -y digo esto a manera de cierre sin importar que ya esté previamente discutida la condición infinita del juego- la conversación/discusión sobre fútbol puede parecer muy poco intelectual. Realmente lo es.

Y aún hay quienes -como yo- se aferran a sus conocimientos y recuerdos inservibles, los goles y atajadas de nuestros ídolos. Aún habemos quienes en plena época donde se juega con línea de cuatro, aún nos acordamos de un partido en el llano donde se era defensa central y delantero por derecha, indistintamente. Quienes en tiempos de contratos multimillonarios nos acordamos del refresco que se apostaba al terminar la "cascarita" con los amigos.

Aún habemos quienes podemos aceptar que amamos que el balón ruede infinitamente. Para perdernos frente a la caja idiota, desconectarnos un momento del mundo exterior, de la pinche política y la puta sociedad. Para volver a lo básico... para gritar ¡GOL!