Un número negativo, supuestamente es las representación de una cantidad en contra, de una carencia, de algo que no se tiene o de algo que se debe. Los más grandes matemáticos de la historia se negaron a aceptar la existencia de los números negativos. Les llamaban números absurdos.
Los números negativos se pueden sumar, restar, multiplicar y dividir. Desde una perspectiva filosófico-matemática el negativo corresponde al opuesto del natural. El negro del blanco, la noche del día, la tristeza de la alegría.
El negativo por lo tanto es el otro plato que mantiene a la balanza equilibrada. Sin el negativo no podríamos entender el cero, no existiría el equilibrio absoluto, el brillante color gris, no habría atardecer, no lloraríamos de felicidad.
Los resultados negativos pueden ser favorables o desfavorables -según lo que se necesite-. Una actitud negativa, aunque mal vista, siempre equilibrará la balanza y fungirá como el aceite que permite continuar la marcha del aparato crítico de una sociedad.
El equilibrio, que bien puede ser visto como la nada o como el todo, llega en el momento en que las circunstancias así lo han permitido. El negativo siempre esta ahí, acompañandonos a cada momento, en cada movimiento.
Me ha llegado el tiempo de respetar y entender -de verdad- todos estos aspectos que aunque parecen tan fútiles como prescindibles, adquieren relevancia cuando el verdadero tema es de vital importancia.
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