adj. Que no duerme, desvelado

Desperté cuando la madrugada aún era; pasé los últimos 20 -tal vez 30 minutos- sentado en mi cama. Conecté el cable de la pequeña lampara colocada a mi derecha, los somnolientos ojos se sintieron lastimados por los 100 watts que emanaban del foco, mientras las manos buscaron algún libro, revista o periódico al alcance para ojear/hojear. Ya no tengo sueño.

No estoy completamente dormido pero tampoco estoy despierto, eso es insomnio ¿no? Me refugio en mi actividad inútil favorita: escribir en mi libreta.

Desde siempre me gustó desvelarme, aunque no puedo explicar con exactitud como fue durante los primeros años, sí recuerdo a la perfección, alrededor de los 10 años de edad, estar esperando calladito en mi habitación a que todos se durmieran, cobija y almohada en mano salía de ahí; mis tobillos tronaban al bajar cada escalón, respiraba en absoluto silencio y cerraba la puerta del estudio; prendía la televisión.

El amor llegó más tarde, con él llegó ese particular insomnio que atacaba a mi razón y a mis ya irregulares sueños. Con ese insomnio de amor llegaron los años de la poesía nocturna pesimamente escrita, las primeras lagrimas de almohada, las lecturas de Poe, Quiroga o Dickens.



Me dan ganas de orinar, salgo de mi cuarto y cruzo el pequeño pasillo que lo divide del baño. No prendo la luz conozco cada rincón de esta casa mejor que a sus habitantes, el chorro que cae y su ruido se magnifica debido a la natural arquitectura del pocillo de porcelana; hace frío así que decido no lavarme las manos. Vuelvo directamente a la cama.

De madrugada mi cuarto es un lugar extraño, más cuando estoy fumando como ahora, el humo del cigarro y la falta de ventilación atrapan una nube de humo provoca que todo en el parezca perdido en la niebla.

Recuerdo la forma en que las letras llegaron a mi vida y se convirtieron en uno más de la lista de descubrimientos adolescentes: las drogas, la auto exploración sexual, el alcohol.

Bukowski reivindicando al viejo borracho, la belleza de lo abominable, las verdades de la vida fácil y esas fotocopias que tuvo a bien regalarme una maestra; acompañaban a mis noches en vela. Entender y creer que entendía. Pensar que se podía vivir una vida sin sueños
.


La pantalla del monitor resplandece sobre mis enrojecidos y cansados ojos. Me quedo tranquilo pensando un rato, una idea empieza a retumbar en mi cabeza: no soy resultado de mis sueños, yo soy el hijo bastardo de mi lacerante insomnio, aquel que comenzó sin explicaciones y con televisión no apta para menores.

Con el insomnio pierdo el orden de mis ideas; mi capacidad de creación, de sintaxis, de semántica, mi super realidad... todo se mezcla de forma desordenada, desastroso. Todo esto fue razón suficiente para cuestionar la utilidad de mi vida nocturna. No hago nada, aún no tengo sueño y encontrar noches como ésta dejó de ser una sorpresa hace ya mucho tiempo.

Mi insomne cerebro está en automático, la luz de la pequeña lampara me aturde y mi vista se nubla paulatinamente tras cada uno de los cada vez más elongados parpadeos.

Hoy he intentado vencer al insomnio por enésima ocasión, entenderlo, destruirlo. Prometo que pronto dejaré de pelear batallas que nacieron perdidas.